jueves, 12 de noviembre de 2009

Bajo el sol. Un plan.


Hay veces en que el metro no te lleva al lugar deseado, tampoco te puedes costear un taxi y la bicicleta solo tiene lugar en tus recuerdos, es entonces cuando a voluntad de tu cuerpo te subes a un micro.

Era un día caluroso, y no grata fue la sorpresa de encontrar que todos los asientos a la sombra estaban ocupados. Me senté lo mas cerca del pasillo, pero sin perder la vista de la ventana, tome el diario y en mi búsqueda entre política, accidentes y otros temas que mayor interés no produjeron en mi, apareció una entrevista de media plana en que conversaban con un importante científico británico.

Es en ello cuando recordé una conversación de amigos, en un café cerca de aquí, sobre el calentamiento global. Empezó como una anécdota de lo caluroso del día y continuo con una discusión sobre el transantiago, para ese momento se habían ya formado dos grupos:

Uno de ellos siempre quejándose del gobierno no hizo mas hincapié que en la idea impaciente e inmadura de que tal proyecto fue una perdida de recursos, pero eran fácilmente superados por los que apoyaban la noción del estado, liderados por Camila que a opinión mía y de todos los que la conocían, era la más ambientalista y con un gran dominio sobre el tema del ecosistema.

Entre sorbos de café la miraba hablar con tal energía de lo que a ella le gustaba, que causaba admiración y sus hermosos ojos brillaban al hablar de la naturaleza.

En mi análisis de lo leído en el diario vi con claridad la solución al calentamiento global. Esta idea propuesta por el científico antes mencionado explicaba que para recuperar el ozono faltante en un plazo corto, todos los países del mundo tendrían que lanzar unos pequeños cohetes que al llegar a la estratosfera y por medio de complejos procesos químicos reformarían la mayor parte de la capa de ozono, pero para esto tendrían que participar todos los países sobre todo los mas grandes, a la vez los países mas desarrollados industrialmente y los mas contaminantes tendrían, que por su cuenta, acabar con ese problema.

Ya se había ido la mayoría y cuando Camila salio del café, tome mi abrigo y la acompañe. Era una noche fría, sin duda la más fría de todo el verano. Caminamos sin decir ninguna palabra, me hubiera gustado empezar la conversación sobre lo bella que estaba la noche, pero las estrellas no se hacían presentes por la espesa capa de smog y las luces de santiago. Aún así me decidí a hablarle primero, pero de improvisto me tomo del brazo y apoyo su cabeza en mi hombro, entonces las palabras se me devolvieron y no sabía si tal cercanía sería igual al amor que sentía por ella, caminamos varias cuadras hasta que llegamos a su casa, me despedí y con un inocente beso en los labios cerro la puerta con un adiós.

Ya era bastante tarde y las dudas no dejaban de intrigarme, solo lograba pensar que al día siguiente, al ir a visitarla, el miedo volvería y en la micro, con el diario bajo el brazo y una botella de agua en mi mano, solo pensaría en ella, si me ama o no, si la amo o no es amor.

1 comentarios:

Nicolás Olivares dijo...

Ojo. Este cuento lo escribí cuando recién había salido el transantiago. Era pendejo y era bastante crédulo.

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