jueves, 4 de febrero de 2010

Micro a oscuras

  Puedo aguantar de que quede la micro en pana a penas me subo, puedo aguantar que una rueda se pinché o el irme incluso, con una barra de fanáticos ocupando el techo de tambor y el mismo transporte como una suerte de anticipo de galería en la cual cantan, o gritonean mejor dicho sus himnos de equipo.
  Pero no me vengan a decir que la micro se quedo sin luz y menos si estamos a mitad de la noche. Sino fuera de que el tiempo apremiaba jamás me hubiera subido.
  Era un cuarto a oscuras y las luces de los focos como si proviniera de la rendija de una ventana. Se veían siluetas, pero no claras. Pronto ya no sabía si estaba allí o en una prisión.
  Sin embargo, era cosa de controlarme y volver a la realidad, más que mal era el mismo trayecto y la misma gente habitual que subía en un paradero. Y aún sabiéndolo los sentía como espectros flotando en las sombras.
  Miraba hacía afuera para no temerles, para desviar mi atención. Las calles se vestían de luces y estrellas, de aureolas boreales citadinas y soles consumidores de energía.
  Así pase medio trayecto, feliz de que la oscuridad no me consumiera. Pero el solo pensar en aquel contraste me traía devuelta a las pesadillas vivientes. Demonios oscuros y fantasmas sentados junto a mí y una brisa helada cruzando mi nuca.
  Animas que me susurraban y espectros que me trataban de llevar con ellos. Lo sé porque sentía como sus gélidas y vaporosas manos se me acercaban por la espalda, cruzaban mi dorso y me agarraban de la chaqueta tratando de llevarme  a su oscuridad más profunda, más negra que la de la propia micro.
  Luche y mi esfuerzo se baso en aferrarme a mi fe, a lo único que en esa percepción creía cierto, al respaldo del asiento de adelante.
  La gente me miraba pasmada y los espectros de la oscuridad profunda bajaban a toda velocidad del vehiculo.
  Revise mis pertenencias, las cuales permanecieron en vida junto a mí. Los fantasmas y la mismísima oscuridad parecían volverse más claros mientras mis pupilas se dilataban y todo se volvía más seguro y más real.
  Solo me falta cruzar un túnel, donde ya mi vista era inútil y donde los espectros volvían, reflejos de miedos infinitos y antiquísimos.
  Cerré los ojos, pues la oscuridad que en mis parpados había era más conocida. Era en esa tiniebla donde mis sueños de amor aparecían y era en esa negrura donde era feliz.

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