lunes, 21 de marzo de 2011

Realmente onírico

  En mi agónica enfermedad y como un último recurso para tanto mal empecé a dormir.
 Al principio todo bien, soñaba de lo que me ocurrió en el día y no era grato seguir enfermo durante el sueño.
  Pero luego de haber dormido durante tantas horas, me di cuenta que empezaba a repetirse el contexto en mis sueños, y los diálogos y todo. Entonces me desperté súbitamente.
  Sudaba un poco y no sabía bien que día ni qué hora era, hasta pudiera no saber mi paradero, pues de tanto soñar uno comienza a preguntarse: ¿Qué debó considerar como real? ¿Cuál será mi vida desde ahora?
  Pero tal duda existencial no era mi mayor problema o por lo menos no me quitaba el sueño. Mi problema era otro. Tanto fue lo que dormí, que ya no tenía recuerdos que soñar. Había llegado al punto en que o me levantaba a vivir un poco o me sumergía en un mundo onírico completamente desconocido.
  Y como aún no me recuperaba, levantarme era casi mortal. Por ello y porque aún tenía sueño, me volví a dormir con todo el miedo que “lo desconocido” me provocaba.
  Lo que presencie en aquel sueño creo no recuerdo haberlo vivido jamás. Empezó con una oscuridad prematura, que luego se iluminaba con ráfagas de luces poco nítidas e imágenes borrosas y confusas. Tal vez todo esto producto de mi desconocimiento. Entre tanta mezcla de luces, algunas realmente molestas por su intensidad, surgió una voz, una que no escuchaba hace mucho tiempo. Pretendía saber cuál era el origen de aquella cálida voz, pero todo me indicaba que esta provenía de lo más recóndito de mi cabeza. No creó que fuera mi subconsciente ni mi conciencia, si es que estas 2 fueran distintas.
  De todos modos, aquella voz me llegó a tranquilizar. Era amable, acogedora, era hasta bondadosa, casi celestial (y con esto descarto revelaciones divinas inmersas en mi sueño).
  Pero aún, cualquier intento de comprensión era inútil, como si fuera otra lengua, no le hallaba sentido a su balbuceo.
  Luego de tanta felicidad me entró un frío extremo y aquella voz regocijante me acurrucó, entonces mis ojos se cerraron y empecé a dormir.
  Mi sueño dentro del sueño, fue más sobrecogedor todavía. Era como vagar en el mar, con un mísero bote y un cordel que se sumergía en aquel mar para volverse indivisible. Por aquella ancla que me sujetaba a tierra creó haber estado en el mismo lugar por mucho tiempo, pero en la profundidad de aquella noche se escuchaban relámpagos y una clara tormenta que se acercaba.
  Con tal miedo arraigado en mi infancia me empezó a desesperar la idea de que mi bote esperara que me azotara la tormenta. Las olas se hacían más poderosas y de vez en cuando me golpeaban con toda su furia. Por temor principalmente agarre la soga y con toda la fuerza que me quedaba rompí aquel lazo que me dio seguridad en algún momento.
  Entonces el mar me mostro su furia. Las olas oscilaban brutalmente y no me quedaban más posibilidades que agarrarme firmemente a mí bote. La tormenta se me acercaba a toda velocidad o tal vez las olas me atraían a ella, pero por más que fuera en su momento un mar calmo y regocijante, ahora sólo pretendía arrojarme fuera de él, expulsarme como si tales sueños no fueran de mi incumbencia. Probablemente era mi propio subconsciente tratando de despertarme.
  Siendo más inteligente que curioso, cerré mis ojos tratando de despertar, y no en otro sueño sino en mi propia realidad. De pronto todo ese ruido a mi alrededor cesó y me vi nuevamente en mi cama, aún enfermo.

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