jueves, 4 de febrero de 2010

Eudaimonia

  Mi hija Eudaimonia nació de una vida de esfuerzo y mientras ella daba sus primeros pasos, yo ya podía sentarme a ver los frutos un bosque de colores.
  Pero era tal mi felicidad que la dejaba ir y Eudaimonia se subía por el tejado queriendo volar y conocer nuevos amigos.
  Y yo siempre acostado viendo tele.
  Llego un momento, cuando iba a comprar los víveres, que Eudaimonia me soltó la mano tratando correr, y la perseguí por más lugares de los que alguna vez conocí hasta que un auto nos embistió.
  Eudaimonia había muerto y mi mano temblorosa escribía el último párrafo de la autobiografía.
  Descansé, Reflexioné, oré y  lloré.
  Catarsis, invitado de piedra, pero siempre muy oportuno, me acompaño durante aquellos días cantándome mientras dormía, cerraba mis ojos y él no se despegaba de mi lado.
  Catarsis me acostaba, Eudaimonia me levantaba y volvía a bailar, a trabajar por la vida.
  Mi autobiografía se volvía a abrir en su segundo tomo.

0 comentarios:

Publicar un comentario