Mi hija Eudaimonia nació de una vida de esfuerzo y mientras ella daba sus primeros pasos, yo ya podía sentarme a ver los frutos un bosque de colores.
Pero era tal mi felicidad que la dejaba ir y Eudaimonia se subía por el tejado queriendo volar y conocer nuevos amigos.
Y yo siempre acostado viendo tele.
Llego un momento, cuando iba a comprar los víveres, que Eudaimonia me soltó la mano tratando correr, y la perseguí por más lugares de los que alguna vez conocí hasta que un auto nos embistió.
Eudaimonia había muerto y mi mano temblorosa escribía el último párrafo de la autobiografía.
Descansé, Reflexioné, oré y lloré.
Catarsis, invitado de piedra, pero siempre muy oportuno, me acompaño durante aquellos días cantándome mientras dormía, cerraba mis ojos y él no se despegaba de mi lado.
Catarsis me acostaba, Eudaimonia me levantaba y volvía a bailar, a trabajar por la vida.
Mi autobiografía se volvía a abrir en su segundo tomo.
0 comentarios:
Publicar un comentario