Cuanta razón tenía quien dijera que “Cuanto más viejo, menos poder tienes”.
Cuatro diminutas patas movían a un perro que ni a un gato superaba en tamaño. Tiraba de la correa y el anciano, que se supone que lo llevaba, era llevado por el can.
El perro avanzaba 2 pasos para el hombre y luego se detenía esperando algo, después caminaba otros 2 y el viejo también.
Era un juego, un baile, una danza interminable donde 2 horas de paseo eran en realidad media cuadra y el anciano siempre al ritmo del perro, preguntándose “¿Qué rayos querrá el perro?”
Pero quien dijera que “Cuanto más viejo, menos poder tienes” esta vez se equivoco.
El perro se acostumbro a años en que el viejo se detenía cada 2 pasos para ver, si por milagro, su amor volvía.
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