miércoles, 27 de octubre de 2010

Como si las cosas fueran por nombre

  Aquel joven cruelmente llamado Cuasimodo por sus padres, miraba desde su pieza y desde su balcón cuanta gente pasaba, cuanta gente libre que podía caminar, besar y amar.
  Personas que no necesitaban volar para escapar de su jaula, personas como Andrés que andaban con natural soltura, como si nubes se acomodaran en sus talones, impulsándolo en cada paso. Más bien era aquel brillo que Cuasimodo admiraba a metros de distancia lo que lo atraía de una manera casi magnética hacía el barandal. (Entiéndase que su celda era realmente infranqueable, pero el sólo hecho de extender el brazo hasta alargar la mano en un intento de tocar a Andrés bastaba para llenar a ese pobre corazón.)
  Torturado, Cuasimodo se suelta en su cama que en aquella soledad se extendía de muro a muro, tal que dejaba de existir como objeto en el espacio, para endurecerse como adobe.
  En aquel suelo árido sólo existían los recuerdos y bastaba con tres golpes al suelo para recordar un 24 de abril, luego necesitaría ubicarse en relación al balcón, tomar posición de carrera mientras lágrimas caen, precipitando por peleas y deseos. Eso bastaba para dejar aquellas piedras que lastimaban en cada paso.
  Azota la puerta de la pieza de sus padres mientras culminaba el silencio. Cuasimodo exigía cuanto derecho le pertenecía, pero era inútil, como sus gritos y amenazas, como si ahora los padres se difuminaran entre sus mantas y la cabecera, una de piedra, que a su vez imponente se confundía con la pared. Y la cama con el suelo.
  La razón esta en el nombre, si no fuera así seguiría siendo uno de los que salen de la casa porque es natural, porque es necesario.
  Como quien duerme demasiadas horas y necesita moverse. Sentir que también es piel, eso era lo que lo ubicaba en dirección a su dormitorio, en posición de carrera y esperando la partida. Huyendo de cuantos gritos, peleas e insultos.
  Lentamente y con una suavidad anormal abría la puerta hacía el pasillo, el mínimo ruido era un escándalo de alarma. Por eso caminaba en la punta de sus pies, agarraba  el teléfono, marcaba varios números con seguridad y hablaba por horas. Siempre en secreto.
  Colgaba el teléfono con la misma suavidad que caracterizó el proceso completo. Después recordaba promesas, tanto consigo mismo como con quien hablaba por teléfono. Se preparaba para el duelo y se acercaba al pasillo, Allí se hincaba, tomado postura de corredor, habiendo esperado la llamada, se alzaba por sobre muebles y paredes que le abrían paso en la carrera, como la puerta que se abrió suave y la otra que sello la guerra con un portazo, tal como el balcón que lanzaba al joven en su último salto desde lo que llamaban tierra.


  Aquel 24 de abril, Andrés (quien era capaz de volar por más que fuerza, necesidad divina) vio al tímido Cuasimodo ocultándose tan rápido como volteó.
  Así espero a que saliera de su jaula, tratando de llamar su atención cada vez que veía esos ojos verdes que caracterizaban a Cuasi. Era como que bastara aquel instante  en sus ojos para que Andrés esperara poder hablar con él.
  Luego de su largo tiempo llamándole desde sus nubes, Cuasimodo se dejó ver y un aire nuevo lleno al admirado Andrés. Así lo llevo conociendo cierto tiempo, así le hizo sus promesas, así logro dar aquel paso hacía el vacío.

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